sábado, 11 de septiembre de 2010

La aventura de coleccionar... (I)

28 de febrero de 2009

Entrada nº 8

La aventura de coleccionar... (I)



“No existe, en la Argentina, un archivo que contenga toda la memoria gráfica del país. No hay colecciones ordenadas de revistas en las bibliotecas y las revistas de folletines, humor e historietas no figuran en ninguna de ellas.

Es, entonces, una tarea compleja encarar una historia del humor y la historieta. Hay que recurrir a la memoria de los autores, a los coleccionistas, a los recuerdos de niñez propios y ajenos. También hay que reconstruir totalidades con fragmentos dispersos.

Por eso, y por impaciencia para esperar a reunir más material, es que este es un libro incompleto.

Habla de la historieta y el humor argentinos, define tendencias, puntualiza períodos y trata de acercarse a fechadas y biografías correctas.

Intenta, también, sonsacar datos más íntimos a algunos de los creadores importantes, recogiendo sus palabras en reportajes y monografías.

No se había escrito antes un libro como este, y esperamos de él solo unas pocas cosas. Las más importantes, que sirva como borrador para una tarea más vasta, realizada por un equipo de especialistas, en tiempos que queremos suponer cercanos.

Queda mucha información perdida por ahí que habrá que buscar.

Quedan muchos temas para la reflexión.

Nos gratifica pensar a este libro como un desafío.


Trillo y Saccomanno, agosto de 1980.


Con estas palabras de Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno se escribió el prólogo de Historia de la historieta argentina, el primer libro que abordó (o eso intentó) el mundo del 9no. arte. Si bien el libro ya es antiguo (se editó en 1980), fue un verdadero best-seller para todos los amantes de las historietas, ya que abarcó desde la época colonial hasta la aparición de Ediciones Récord (justamente la editorial que publicó el libro).

En la obra, los autores llevaron a cabo la maratónica tarea de investigar todo el material que tuvieron a su alcance. Este detalle fue muy importante, teniendo en cuenta que en ese momento no había internet y el material original de los artistas era muy difícil de conseguir por diversas razones, entre ellas la apropiación de dichos originales por parte de los editores y coleccionistas de todo el mundo (algunos de ellos siguen sin ser recuperados).

Pero el plato fuerte del libro son, sin lugar a dudas, los testimonios recogidos a varios de los artistas más destacados que publicaron en nuestro país, entre ellos Alberto Breccia, Quino, Oski, que había facellido antes de la publicación del libro, y Héctor G. Oesterheld, que ya llevaba varios años desaparecido por la Dictadura del '76 (un detalle importante es la no mención de su secuestro). El epílogo está firmado por Juan Sasturain.

Y tal como vaticinaron los autores, este libro sirvió como borrador para que otros autores se interesaran en nuestro legado comiquero y llevaran a cabo sus propias investigaiones; pero aún así, Historia de la historieta argentina sigue siendo considerado como una valiosísima fuente de información sobre nuestro pasado historietístico, a pesar de los 29 años transcurridos desde su publicación.

Esto me lleva a pensar: ¿tan difícil es conseguir historietas antiguas? ¿Son imposibles de rastrear, a tal punto de que sean tesoros imposibles de encontrar? La respuesta es: ni una cosa ni la otra. Dichos tesoros pueden ser encontrados, con un poco de paciencia (hay material nuesro en todo el planeta), con un poco de investigación y perspicacia (no todo trabajo de historieta argentino puede ser tal; algunos entusiastas pueden ser engañados por vendedores poco escrupulosos y estafadores de poca monta que les vendan gato por liebre), y cuidando la billetera (los precios pueden variar según infinitos factores: estado de conservación del material, que tan abundante o escaso es en el país o en el mundo, si su/sus creador/es están vivos o muertos; etc). Y estas precauciones no necesariamente deben limitarse a las historietas; cualquier cosa digna de ser coleccionada puede estar atada a estas precauciones.

Un ejemplo lo pude comprobar hace 3 años exactos: De recorrido por las ferias de libros de Parque Centenario y Parque Rivadavia encontré discos de vinilo de Pappo, de distintas etapas de su carrera musical, con precios que estaban entre $15 y $35. Poco después se produjo la muerte de Pappo, y los pocos días, cuando volví a pasar por ambas ferias... los precios de dichos discos iban desde $50 hasta precios más elevados.

¿Y de donde sale nuestra manía por coleccionar?

En mi caso, las historietas formaron una parte muy importante en mi vida, especialmente en mi infancia. Fueron las historietas las que me impulsaron a aprender a leer, y gracias a ellas pasé a querer leer libros. No importan cuáles, no tengo un género de lectura preferido: si el libro en cuestión me sigue interesando luego de las primeras 10 páginas, lo leo y punto, y llegado al caso, lo disfruto y lo recomiendo. Gracias al hábito de leer pude ver películas subtituladas, cosa que no todos pueden hacer, ya que a veces prestar atención a lo que sucede en la pantalla y leer los subtítulos al mismo tiempo puede ser una gran tortura, ya que, seamos modestos, no todo el mundo sabe otros idiomas (ni siquiera yo).

Las historietas me acompañaron en la primaria, allá por los años ‘90, de la mano de Billiken, revista de me compraban religiosamente en casa todas las semanas, y de las Anteojito, que siempre podía pedir prestadas a mis amigos en la escuela. Pero ambas eran revistas escolares, y el espacio reservado en ella para las historietas era limitado, por lo que la verdadera fiesta era comprar las revistas que se podían encontrar en los puestos de revistas. Yo era muy joven y no lo sabía, pero pude atestiguar la decadencia del mercado nacional de historietas, un mercado que agonizaba por la falta de estrategias eficaces para acercarlo a un público que hacía rato que había sido atrapado por la televisión por cable y los videos VHS, mientras que revistas que habían poblado los quioscos durante décadas desaparecían en silencio, para ser reemplazadas por revistas de chimentos y de actualidad política. Aún así, pude leer, gracias a mis abuelos (paternos y maternos) y a mis padres, y a intercambio de revistas con mis amigos, cientos de revistas de Disney (las que editaba Abril en formato de bolsillo), las de Dante Quinterno (que se siguen publicando, y con las mismas historias de hace ya 30 años), las de Editorial Perfil (que tuvo la osadía y grandeza de publicar material de DC Comics durante 5 años), las de Editorial Columba (que ya daban la impresión de estar “pasadas de moda”), las de Ediciones Récord y Ediciones de la Urraca (pero estas a escondidas porque eran consideradas para adultos), y también las de formato apaisado, que sobrevivían en los quioscos a duras penas, como Popeye, Capicúa, Las diabluras de Jaimito (en ese entonces ya reeditaban el material) y, la gran excepción de esta lista, “la Lúpin”. Excepción por el simple hecho de ser la única de todas estas revistas que se publicó hasta casi nuestros días (hoy la sucede su clon, llamada Pinlu), hecha casi a pulmón por sus creadores, y respaldada a muerte por sus fieles lectores. Y de las revistas escolares, hoy en día sobrevive Billiken, que ya prepara para festejar sus 90 años de vida, lo que la convierte (hasta donde se sabe) en la revista infantil más longeva del mundo. Y sobrevive a duras penas, ya que tiene que soportar la competencia de Genios, editada por el Grupo Clarín.

Además, mi afán por leer me llevó a buscar las tiras cómicas de los diarios, por lo que conocí a los grandes artistas de los medios gráficos, como Caloi, Quino, Fontanarrosa, Dobal, Rep, Nik y Daniel Paz, por mencionar a unos cuantos. Y de ahí a leer historieta “en álbum”, como le decía yo a los libros de Astérix el galo, Lucky Luke, Tintín (a quien ya he posteado hace poco en esta blog), Spirou, los Pitufos y otros tantos íconos de la historieta europea.

Ya en la secundaria, mi pasión por el 9no. arte se aletargó un poco, en parte por la casi total desaparición de revistas en los quioscos, fruto de la crisis económica que terminó reventando a finales de 2001. Tuve que esperar unos años para volver a encontrar las revistas y personajes que quería leer, aunque ya no en la calle, sino en las poquísimas tiendas especializadas en la venta de este material (universalmente conocidas como comiquerías), en librerías (en las bateas de material usado), en las ferias de libros de los parques, y en los lugares más insólitos. Incluso empecé a visitar la Feria del Libro, de donde no solo conseguí material difícil de conseguir, sino que a veces pude pedirle su autógrafo a Fontanarrosa (en 2000), a Caloi (en 2002) y a Solano López (en 2008).

Y con estas reflexiones llegué al día de hoy, luego de haber recorrido durante 20 años un camino de lozas amarillas poblados de historietas, cómics, mangas, bandé dessinés, fumettis, comic-strips y otras tantas manifestaciones del dibujo gráfico en todo el mundo. Así pues, ¿qué suelo coleccionar? Pues lo que me llame la atención, o lo que permita conocer más sobre este medio, o que haya perdido de niño y quiera recuperar (tengo una lista, larga como discurso de político, sobre lo que quiero volver a tener en mis manos), o lo que pueda compartir con mis amigos (ya verán posteadas algunas cosas al respecto). Sin ir más lejos, Historia de la historieta argentina no es un libro que haya conservado a través de los años, ni fue una herencia recibida de mi familia: lo encontré de pura casualidad en una librería de Saavedra, hace apenas unos días. Y la Diosa de la Fortuna me sonrió y me dedicó toda su atención ese día, ya que solo me costó ¡$10! ¡10! Si hubiese costado más, sin duda no me lo habría llevado, pero ya que lo vendían a ese precio, decidí apoderarme de él antes de que alguien se me adelantara...

¿Cómo pudo estar tan barato, si es un libro casi imposible de conseguir? La respuesta es muy simple: como pueden observar en la imagen, la tapa está deteriorada, borroneada y con algunas manchas. Este detalle, que no afectó en nada al resto del libro (las páginas no están amarillentas ni carcomidas por la humedad y está bien encuadernado) marcó la diferencia de valer solo 10 pesos, y no 50, 100, o más, como seguramente ocurriría en otro lado. Y no es un detalle menor, ya que yo solo colecciono por el solo hecho de disfrutar de lo que descubro (ya devoré la mayor parte del libro), pero otros coleccionistas coleccionan por el solo hecho de coleccionar y atesorar, incluso con el deseo de que aumente su valor con el correr de los años. Pero yo no soy de esos...

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